Antonio Altarriba

TORPEDO

Parte del capítulo Los tebeos desde la transición hasta la actualidad del libro La España del tebeo publicado por Editorial: Espasa Calpe en 2001

Resulta difícil decidir cuál de todos ellos tiene el corazón más negro, pero este es uno de los peores. En la escalada de vicios y malas maneras emprendida por los nuevos protagonistas de la historieta Torpedo brilla a gran altura. Y no es para menos. Se dedica a matar. No lo hace para conquistar el mundo o para satisfacer sus pulsiones sádicas como acostumbran otros malvados más convencionales. Lo hace por dinero. Es un asesino a sueldo. A sueldo de cualquiera. Bueno, de cualquiera no. Aunque a veces, cuando el negocio va mal, rebaja las tarifas, él solo se vende al mejor postor. Sin escrúpulos ni remordimientos. También sin afectos o solidaridades que vengan a interferir en el trabajo. Si el cliente paga, Torpedo se debe. Se debe al cliente, claro. En ese sentido cumple con la ley, aunque solo sea con la de la oferta y la demanda. Actúa con el rigor —mortis, por supuesto— del profesional. En algunas ocasiones se ensaña y añade una pequeña guinda de truculencia al encargo, pero no lo hace por perversión. Forma parte de la promoción de ventas. Hay que engrosar la cartera de pedidos y mantener el prestigio en un mercado muy competitivo, algo que en los tiempos que corren solo se logra a base de mano dura. De todas formas Torpedo no teme por su futuro. Al menos no por el futuro de su negocio. En el vertedero siempre hay basura de sobra. Torpedo se mueve en los ambientes del hampa norteamericana de los años treinta. De hecho el número 36 que, junto con su nombre, da título a la serie hace referencia a la cronología de los hechos, aunque también puede sugerir el calibre de su pistola o de ese proyectil propulsado en el que él mismo se ha convertido. Nos encontramos, por lo tanto, en un mundo donde impera el gangsterismo —la serie no deja ver ninguna otra cosa—, donde las prohibiciones legales hacen prosperar los negocios ilegales y donde las guerras de bandas, los arreglos de cuentas, los sobornos, las extorsiones y los atracos acaban por imponer —al mismo tiempo y sin que resulten incompatibles— el terror y la ley. Hay muchas cuentas que saldar en este laberinto de intereses que se mantiene al margen de la justicia y de las normas oficiales. Se trata de un entorno violento, inestable, pero no exento de orden. El que posee medios procura imponer sus criterios, normalmente recalentados por la venganza, la ambición o el orgullo. Y Torpedo es un medio —con su pistola forman uno entero—, un ejecutor de la voluntad de los demás. Tú pones la pasta y yo pongo el muerto. Así de fácil. Así de expeditivo.

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