
© Altarriba Albajar
La tiranía es la plaga más temible de la humanidad. Más que la peste, el hambre o las catástrofes naturales… Porque proviene de nosotros y la ejercemos sobre nosotros, prueba insoportable pero innegable de que el hombre es un lobo para el hombre. Y lo hacemos con una extraña, quizá complaciente, aplicación. El afán de poder provoca miles de muertos cada año. Y no solamente muertos. La humillación, la indignidad, la corrupción forman parte, igualmente, de su injusto lote. La tiranía adopta formas crueles. Pero, sutil, puede presentar también un aspecto afable, incluso seductor. De hecho, el avatar postmoderno de la tiranía se sirve de la persuasión y reviste el traje impecable pero devastador de la corrección. Aunque poco importan sus formas. Terrible o cordial, siempre es bestial. Porque recubre las peores pulsiones de la animalidad. En el fondo no es más que la manifestación, apenas civilizada, de la lucha por el territorio, la jerarquía en el clan, la exclusividad sexual… Esa es la razón por la que la representamos aquí sirviéndonos de personajes con cabeza de animal. Apenas domesticados, los amos del mundo continúan estando ahí, tan despiadados como siempre, más ambiciosos que nunca. Las instancias autoritarias, las organizaciones dogmáticas, las corporaciones expansionistas no sólo se mantienen sino que se han hecho más fuertes y, logro admirable, menos criticadas. Gracias a las tergiversaciones mediáticas, la dominación se hace soportable y la alienación inconsciente. Viejas o antiguas, impúdicas o camufladas, las tiranías mantienen su imperio. Si la lucha no continua, no es porque el conflicto se haya resuelto. Es porque ellas han vencido. La fotografía denuncia a diario las injusticias. Nuestra serie se sitúa en el mismo combate, pero en otro frente. Condensados, disfrazados o fabulados, a penas metaforizados, los tiranos aparecen aquí desenmascarados, función esencial de una fotografía que busca más la revelación que la mostración. La serie que aquí presentamos, no es pues un conjunto de fotomontajes, representación fantástica o caprichosa del poder. Es la pura y ruda realidad, el verdadero rostro de la tiranía.