Conozco a Patricia desde que ella tenía seis años. Ya entonces dibujaba muy bien. La vi crecer sin apartarse de su cuaderno y de su rotring, trazando sobre el papel ristras de una figuración tan inagotable como fantástica. Yo podía pasar horas recorriendo esas imágenes y perdiéndome en sus múltiples sugerencias. Me preguntaba cómo podía disponer de un imaginario tan rico, tan extraño y, para ella, tan fácil de representar.
A pesar de ser dieciséis años mayor que ella, la admiraba, puede incluso que le tuviera envidia. Nuestra colaboración era sólo cuestión de tiempo y de ganas por su parte. Patricia habría podido ser una gran dibujante de cómic pero tiene horizontes demasiado amplios y diversos para encerrarse entre viñetas. Ahora pinta, hace instalaciones, diseña videojuegos, da clases en una universidad mexicana y, a pesar del paso del tiempo, mantiene viva toda su inventiva infantil. Hice dos guiones para ella. «El cuento que nunca existió» publicado en Medios revueltos nº 3 (1988) y «El arañazo» en Injuve, extra nº 2 (1991).
No he perdido la esperanza de hacerle alguna otra historia.