Los tebeos sentimentales, destinados a un público femenino y abundantes en la década de los cincuenta y en los primeros sesenta, no tenían personaje fijo. Cada cuadernillo contaba la aventura completa y única, aunque siempre idéntica, de una protagonista que era sustituida por otra en la siguiente entrega. Sin embargo, a partir de 1960 e impulsados por los nuevos vientos que soplan en el mundo femenino, aparecen unas cuantas figuras que combinan las eternas aspiraciones matrimoniales con el ejercicio de una profesión que les dota de autonomía y, además, les abre las puertas a la aventura. Ya no están ahí, oprimidas o desocupadas, en cualquier caso a la espera, paciente pero incesante, del hombre redentor. Al contrario, demuestran una gran competencia laboral, sentido de la responsabilidad, eficacia… Y no se quedan en eso. Su trabajo no les supone una condena a la esclavitud y mucho menos a la monotonía. Permite viajes, procura contactos, exige afrontar problemas e, incluso, en ocasiones, arriesgar el pellejo. Son lo que podríamos llamar “profesionales arriesgadas”, a medio camino entre la enamorada y la heroína. Forman parte, por lo tanto, de esos productos con aspiraciones de modernidad, remozados en función de unos nuevos tiempos que, en último término y a pesar de los cambios, se mantienen fieles a los grandes principios del amor y la entrega femenina. Aparentemente liberadas, inquietas, llenas de iniciativas, tienen la capacidad resolutiva restringida por su condición de mujer. Y, a pesar de su perspicacia o de su osadía –insistentemente demostrada-, considerarán sus actividades como un paréntesis hasta que llegue el matrimonio o bien dependerán de la tutela masculina para solucionar los conflictos a los que se enfrentan.
Estos personajes adquieren condición seriada en la medida en la que acceden a la aventura. Las continuas complicaciones en las que se ven involucradas permiten instalarlas en el amor –interferido, a veces, incluso, alentado por los problemas- y prolongar indefinidamente su noviazgo. Ellas, al igual que sus compañeras en tebeos más convencionales, aman o esperan amar, pero las exigencias de una intervención urgente en cada episodio aplazan la boda que, como sabemos, pondrá fin a su vida tebeística -la instalación en la felicidad excluye el incidente y hace imposible el “continuará”-. Quieren a un chico y, además, hacen otras cosas. Pues bien, son esas otras cosas las que nos permiten reencontrarlas cada semana en el cuadernillo habitual. La serie no se justifica por los progresos o los conflictos amorosos. Aquí la pasión aparece estable, definitivamente asentada en unas relaciones de pareja, prorrogables en función de los desafíos aventureros, pero ellas mismas al margen de cualquier contingencia. Lo que cuenta es la acción, la audacia, la rapidez de reflejos, la toma de decisiones… Funcionan como personajes fijos en la medida en la que ya no se limitan a esperar el amor sino que intervienen en el mundo y pretenden transformarlo, al menos corregir sus injusticias. Ellas también se dedican a combatir las fuerzas del mal. Lo cual, a pesar de lo que pueda parecer, no significa que ya sean igual que ellos.
No son muchas. Dejando de lado las chicas de las revistas periódicas, como Florita, Mariló o Lily, que no responden a estos planteamientos, los personajes fijos femeninos, esas enamoradas con tiempo para la aventura, no abundaron. Belinda, aventuras de una secretaria constituyó una serie de aparición irregular y corta duración que se publicaba dentro de la colección Romántica. Es, sin lugar a dudas, la menos aventurera de todas. Sus peripecias se limitan al espacio de la oficina. Allí intenta librarse de las tareas burocráticas propias de la profesión y, sobre todo, buscar marido. No llega a protagonizar historias de acción pero, al menos, introduce algo de humor en las siempre pasmadas vidas de la chica en edad de merecer. Lilian, azafata del aire, dibujada por Badía Romero a partir de 1960, tuvo algo más de entidad y exploró de forma decidida los territorios de la aventura. La profesión de Lilian la obliga a conocer mundo y su carácter a meterse en apuros. Competente tanto en los acertijos intelectuales como en las pruebas de esfuerzo físico, solía arreglárselas sola –salvo en caso de pelea-, a pesar de que contaba con la colaboración de Óscar, un piloto con el que, al finalizar la serie –duró menos de un año-, acabó casándose. Entonces abandonó tanto el uniforme de azafata como su vocación aventurera. Pero la chica inquieta por antonomasia, el torbellino con faldas, el personaje que encarnó con éxito este cruce entre el tebeo sentimental y el de aventuras, fue, indiscutiblemente, Mary Noticias.
Mary Noticias aparece en 1962 con dibujos de Carmen Barbará y guiones de Roy Mark, seudónimo colectivo de la editorial Íbero Mundial, y se prolonga durante una década. Mary es rubia, de melena corta, enormes ojos claros enmarcados en unas largas y densas pestañas, rostro expresivo y lleno de encanto, viste siguiendo fielmente la moda de los sesenta, con un estilo deportivo al tiempo que elegante. Es una chica del momento y, para demostrarlo, no tiene empacho en utilizar el lenguaje coloquial de la época. Llama “chatín” a su novio, describe a un hombre atractivo como “un guapo mozo muy in” y frecuenta “las terrazas muy pop”. Hasta su propio nombre, con esa “y” que lo internacionaliza y lo sofistica, contribuye a su modernidad. Pero lo que de verdad la diferencia de sus compañeras en otras colecciones es su profesión. Como su propio apellido indica, ejerce de periodista. Para que quede clara su total conexión con la actualidad, Mary no es una periodista cualquiera, es periodista de televisión, el colmo de la modernidad a principios de los sesenta. Se pasea por el mundo armada con un bloc de notas y una pequeña cámara un tanto inverosímil que evoluciona con los años. Luce tomavistas de 8 mm al principio de la serie para terminar empuñando una flamante súper 8. Lo cual no le impide exhibir cámaras fotográficas de muy diverso tipo o hacer algunas contadas apariciones en platós de televisión. A pesar de estas incongruencias técnicas, la identificación de Mary con su profesión es completa y a ella dedica casi todo su tiempo. Hay que decir que no es un trabajo agobiante. Fundamentalmente viaja y se relaciona con los más diversos personajes. Su experiencia de reportera le ha hecho conocer a artistas, cantantes, magnates y cultiva estas amistades acudiendo a fiestas y desplegando una intensa actividad social. De vez en cuando graba una entrevista. Pero a lo que Mary Noticias se dedica, casi en exclusiva, es a la aventura.
¿Qué clase de aventuras? ¿Podemos colocar su capacidad heroica a la misma altura que la de otros ilustres compañeros del sexo opuesto? La respuesta es no. O, quizá mejor, no del todo. Es cierto que los enemigos a combatir son delincuentes capaces de poner en jaque a las más expertas policías internacionales. Ladrones, traficantes, chantajistas, estafadores, secuestradores componen una galería de rivales a los que Mary hace frente un episodio tras otro. Pero, a pesar de su reconocida peligrosidad, ninguno de ellos da la talla. Para empezar no exhiben esa saña o esa crueldad o esa desmesura que en otras series caracterizan al malvado y le convierten en antagonista, a menudo más brillante –aunque su brillo sea oscuro- que el propio protagonista. Aquí los malos no son muy malos. De hecho, apenas son. En sus apariciones, generalmente breves, se limitan a ofrecer una débil resistencia al final, justo en el momento que precede su detención. La intriga se centra mucho más en el sufrimiento de las víctimas que en las artimañas de los verdugos, quienes, una vez desenmascarados, desaparecen sin más explicaciones. La amenaza parecía seria, el delito ambicioso, la mala fe manifiesta, pero hay una dejadez en el criminal, una baja intensidad en los riesgos que arruina el suspense del desenlace. Es como si los resortes del mal no se apretaran hasta el fondo. Al final descubrimos que ni el daño producido ha sido muy grande ni la resistencia de los culpables muy enconada. La peripecia no ha ido excesivamente lejos. De hecho, basta un cuadernillo -10 páginas y entre 50 y 60 viñetas- para contar cada aventura. A diferencia de las series protagonizadas por hombres, no se aplica la estrategia del continuará, que permite prolongar intrigas y padecimientos. Y esta condición estructural, bien sea causa bien sea consecuencia, influye en los desarrollos argumentales porque no sólo los acorta sino que también les hace perder intensidad.
Aunque también puede ser que esa falta de tensión en la aventura obedezca al propio carácter de la protagonista. Se trata de una chica avispada, intuitiva, capaz de detectar rápidamente los problemas y decidida a solucionarlos. Pero en Mary no hay esa entrega a una causa, esa dedicación exclusiva presidida por un ideal que caracteriza al héroe. Por decirlo de alguna manera, no se la puede considerar una “auténtica” aventurera. En cierta medida y si seguimos los argumentos de sus historias, veremos que, más que una heroína, es una buena amiga. Suelen ser sus amistades, numerosas, influyentes y dispersas por el mundo, las que, en cada episodio, se meten en un lío. Así que la intervención de la protagonista adquiere una notable implicación afectiva. Y no sólo porque la víctima sea un amigo. Casi todos los problemas que se solventan tienen repercusiones en los amores de unos y de otros. Las acciones de los malvados acarrean como efecto –directo o colateral- la interferencia sentimental entre parientes o entre novios. Se trata de un chantaje, de un secuestro, de un arreglo de cuentas que, en último término, separa familias o impide matrimonios. Así que la intervención de Mary Noticias no es propia de una periodista, pero tampoco de un detective o de un personaje de acción. Más bien parece un genio protector de enamorados, un hada madrina con poderes especiales para arrestar. Cuando el relato termina, no tenemos tanto la impresión de que se ha combatido el crimen como de que se ha favorecido el amor. Aunque, quizá, para Mary ambas cosas equivalgan a lo mismo.
Pero lo más relevante de la serie no se encuentra en las escaramuzas de la protagonista sino en su particular manera de vivir las relaciones amorosas. Mary tiene un novio llamado Max, guapo, educado, con una buena posición y enamorado. Todo lo que una chica como ella puede desear. Sin embargo, no está del todo satisfecha. Max se caracteriza por un talante conservador, poco dado a los peligrosos escarceos que su novia afronta. Remiso a intervenir en las situaciones apuradas, puede parecer cobarde. Cuando Mary le cuenta el resultado de sus investigaciones, le adelanta sus sospechas, le urge a actuar, él se resiste, minimiza el peligro o no da crédito a sus rocambolescas hipótesis. La pasividad de Max, ese escepticismo un tanto frío, su negativa a colaborar en la ayuda a los demás exasperan a Mary. Hasta el punto que se busca un compañero bien distinto para afrontar estas tareas. Como Max no quiere hacerlo con ella, ella lo hará con otro. Bruma se llama la alternativa. Valiente, sagaz, expeditivo, siempre dispuesto a la acción, acostumbra a intervenir en los momentos críticos, convirtiéndose en salvador recurrente de la protagonista. Bruma posee todo lo que le falta a Max. Especialmente sentido de la oportunidad. Aparece justo a tiempo y desaparece de improviso. Llega cuando ella le necesita, zanja el problema y se va. No es de extrañar que Mary le admire. ¡Es tan valiente! ¡Y tan misterioso! Como se deducirá con facilidad, el caso plantea cuestiones morales escabrosas y totalmente insólitas dentro del género. ¿Nos encontramos ante un caso de bigamia encubierta? ¿Infidelidad reiterada en un tebeo sentimental?

La modernidad de Mary Noticias no llega a tanto, pero no cabe duda de que el planteamiento básico se presta a ambigüedades. Max representa la tranquilidad cotidiana, la seguridad en el futuro, el matrimonio garantizado. Su perfil corresponde al de ese hombre “formal”, sueño de cualquier mujer. Y Mary le quiere, pero no cesa de reprocharle su espíritu acomodaticio y rutinario. Aunque no lo manifieste de forma expresa, se aburre con Max. Bruma, por el contrario, hace que la sangre corra más deprisa por sus venas y, mientras están juntos, se muestra arrebatada. Mary sólo tiene halagos para él, pero su presencia es siempre tan fugaz, resulta tan difícil establecer con él una relación sólida y continuada… Al igual que le ocurre en el trabajo, que esconde esa cara oculta y estimulante de la aventura, en el amor también encuentra dos vertientes. Por un lado el chico bien, algo insulso pero totalmente de fiar, el futuro marido, y por otro el desconocido, esporádico, incontrolable pero excitante, el amante. Así expresa Mary esa dicotomía que reparte su corazón: “Por un lado estoy enamorada de Max, que, a pesar de ser un chico elegante, obsequioso e instruido… ¡me desespera con su temperamento flemático, calculador y parsimonioso! Por el otro, Bruma me parece maravilloso, con su temperamento osado, decidido, violento y… ¡deliciosamente misterioso!” (“Miss Escándalo”, Mary Noticias nº 5, Barcelona 1962).
La balanza de preferencias de Mary se decanta con inquietante frecuencia en contra del novio oficial y podríamos, incluso, preguntarnos qué pasaría si Bruma no se mostrara tan esquivo. ¿Cuánto resistirían sus vínculos con Max si el maravilloso, el decidido, el misterioso Bruma fuera más accesible? El carácter provocador de la pregunta, las indecentes insinuaciones que contiene se diluyen cuando nos enteramos de que Max y Bruma son una misma persona. Y todos estamos enterados desde el principio. Mary es la única en ignorar este juego de doble identidad que se lleva su novio. A Max le basta con alborotarse el pelo, ponerse gafas oscuras y perilla postiza para transformarse en Bruma, un disfraz que, a pesar de su sencillez, la perspicaz periodista nunca descubre. Sin embargo, aunque el hecho de estar al tanto del desdoblamiento aleje la sombra del escándalo, la infracción moral sigue ahí. Sabemos que Mary nunca pecará de obra porque, aunque Bruma no se esfumara sistemáticamente al final de cada aventura, estando con él no dejaría de estar con su novio. Pero también se peca de pensamiento y ahí la conciencia de Mary se halla seriamente comprometida. El conflicto marido / amante, aunque debilitado ante los ojos de un público que conoce el secreto de Bruma, debería mantenerse vivo, de alguna manera acuciante, cuestionando los principios morales de la protagonista. Hasta los nombres de la viril disyuntiva que se ofrece a Mary refuerzan el carácter fantasioso de su tentación. Max, abreviatura moderna, de resonancias anglófonas –“muy pop”, diría Mary-, de Máximo o Maximiliano, tiene marca semántica realista, positiva, sugiriendo, de alguna forma, la excelencia. Max es lo mayor, lo que alcanza el grado superior. Por el contrario, su rival, la ensoñación pasional de Mary, apenas es espejismo, aparición brumosa, unos jirones de niebla en cuanto desaparece el peligro. Lo cierto es que, aunque en su momento se sostuviera que las dudas de Mary sólo eran de pega –la opción real se plantea entre lo uno y lo mismo-, su corazón se debate ante una alternativa impensable hasta entonces en el género. Y, por si fuera poco, a la hora de elegir entre la monotonía del noviazgo y el arrebato de la aventura, su posición está clara. Mary opta por la aventura. Mientras sólo sea de pensamiento, claro.
Porque de obra, a la hora de la verdad, las cosas se presentan de forma muy distinta y, en cierta medida, contradictoria. Mary elogia constantemente, piensa maravillas, sueña con Bruma, pero, si nos remitimos a los hechos, está deseando casarse con Max. En la serie, al igual que ocurre en otros tebeos sentimentales, la historia termina en boda. La particularidad reside en el hecho de que aquí no son los protagonistas los que se casan sino las víctimas de la aventura, una vez puestos a salvo por Mary. De esta manera, en cada episodio asistimos a la prefiguración de ese enlace que todos estamos esperando y que las circunstancias aplazan indefinidamente. Para Mary son bodas vicarias en las que ella, aunque sea por intermediación, también contrae matrimonio. Los suspiros que lanza o las indirectas que dirige a su novio dejan bien claro que estamos asistiendo, más que a la ceremonia de los propios contrayentes, a la de Mary y Max, que se miran a los ojos, reciben la bendición del cura de refilón y se conforman con eso a la espera del enlace de verdad, del que, para justificar su aplazamiento, se buscan muy significativas excusas. “¿No te das cuenta? ¡Se han casado! ¿Cuándo nos tocará el turno a nosotros?”, le pregunta Mary a Max en una de estas viñetas finales. Este responde, conservador: “Pronto, cariño. Cuando pueda darte la vida tranquila, feliz y confortable que deseo para ti”. Ella no se rinde y presiona: “Ya sabes que no soy ambiciosa ¡Contigo pan y cebolla!”. Y, a modo de colofón, nueva réplica de Max, más conservador todavía: “¡No, eso no que huele muy mal! Ya tengo bastante ahorrado, pero aún no lo suficiente”. (“Una boda muy original”, Mary Noticias nº 294, Barcelona 1967).
Cualquiera que le escuche se preguntará cómo lo hace. ¿Cómo Max consigue ser Bruma? O ¿funciona al revés y es Bruma quien tiene que comedirse para meterse en la piel de Max? Sea como fuere, la cosa no resulta fácil. Nos encontramos ante uno de esos desdoblamientos fuertemente polarizados, habituales entre los héroes de identidad enigmática estilo Superman o El Coyote. Pero en este caso, estando Mary de por medio, la cuestión se complica. Todo parece indicar que Max no es en realidad tan conservador como aparenta. Él mismo nos lo dice en las abundantes viñetas en las que, al margen de su novia, se dirige al lector para hacerle partícipe de sus planes. Se ve obligado a aparentar frialdad e indiferencia para, de esa manera, dar entrada al expeditivo Bruma. Sus dos personalidades se encuentran conectadas en una relación inversamente proporcional y podríamos decir que Bruma es más Bruma cuando Max es más Max. La prudencia del uno realza el arrojo del otro y viceversa. En realidad tienen que llegar a ser tan opuestos que resulten excluyentes. En los momentos de peligro Max está obligado a desaparecer y en la vida cotidiana Bruma no tiene cabida.
Pero, además de las secuelas esquizofrénicas que este ejercicio de desdoblamiento pueda conllevar, el novio de Mary, sea cual sea su auténtica identidad psicológica –novio ahorrador o aventurero intrépido-, actúa con evidente paternalismo. Ella es joven, está deslumbrada por la actualidad y las solicitudes mundanas, se siente comprometida con la justicia y disfruta con el riesgo. Es comprensible y hay que dejarle que tenga su ración de aventura. Así que él, condescendiente, no sólo se presta al juego sino que lo incentiva inventando ese personaje lleno de misterio. Para engrandecer a Bruma, Max tiene que envilecerse y exagerar su indiferencia ante las desgracias del prójimo. Pero, no importa. Esa fingida cobardía funciona como prueba sentimental para Mary. Ella, aunque se lo reproche a menudo, sabrá amarle por encima de estos defectos pequeño-burgueses. De hecho, se diría que Max no espera a tener más dinero ahorrado para casarse con Mary sino a que se le pase el sarampión de la aventura. Él disfruta ejerciendo de héroe y, sobre todo, leyendo en los ojos de Mary la llamita de la infidelidad, la posibilidad del engaño… pero consigo mismo. Además, no le supone mucho esfuerzo. A pesar de ser un aficionado, le bastan un par mamporros para poner orden y resolver el problema. Así que, entretenido, espera a que remita la fiebre juvenil de su novia, que pierda su interés por complots y agresiones, que disminuya su necesidad de adrenalina, que se diluya su amor por Bruma. Ese será, sin lugar a dudas, el momento de casarse.
Podríamos calificar la serie como un producto intermedio, un intento más de compaginar las nuevas tendencias con los viejos principios. En ese sentido se halla cercana a otros muchos ejemplos de la época en los que la liberación de la mujer se presenta como asumible, siempre, por supuesto, que se mantenga dentro de un límite. Mary trabaja y parece independiente, pero sabe bien que eso no es lo más importante. La posición de la serie al respecto queda claramente expuesta en el número 458, titulado “Ambición” (Barcelona 1971). Mary quiere entrevistar a su amiga Marta, ejemplo de mujer triunfadora en el mundo de los negocios. Está siempre atareada, sólo se preocupa de ganar dinero y desprecia a Mario, su novio, porque no sabe sacar partido económico a su carrera de tenista. El corazón de Marta se ha endurecido tanto que ni siquiera se inmuta cuando los sicarios de una empresa rival le rompen las muñecas a Mario para hacerle chantaje. Su indiferencia se mantiene hasta que ella misma es raptada y posteriormente liberada por Mary, Bruma y el propio Mario. Ha estado cerca de la muerte y por fin ha comprendido. Estas serán sus declaraciones en la entrevista con Mary: “Sí, amigas, la mujer debe trabajar, luchar y escalar puestos… ¡Pero nunca olvidar que ha nacido para ser la compañera del hombre!”.
El “sí, pero…” de Marta define perfectamente una serie que, en su esfuerzo por introducir nuevos planteamientos conservando los antiguos, coloca a sus personajes en un equilibrio inestable. Mary, por ejemplo, se queda a medio camino entre el trabajo y el matrimonio. Es periodista, vive como tal y su actividad nutre los argumentos de los distintos cuadernillos. Pero también es novia y todos sabemos que esa condición, más tarde o más temprano, acabará anulando la otra y clausurando la serie. Se trata de una serie que, en ese sentido, funciona a partir de una profunda contradicción. Habrá episodios mientras Mary no entre en razón y persista en su afición por las incursiones arriesgadas. Cuando la protagonista se convierta en la chica irreprochable que debe ser, entonces dejará de existir el tebeo.
Mary ama la aventura y todo lo que representa. Reúne las condiciones para seguir las pistas y descubrir los delitos, pero le falta la fuerza para neutralizar a los delincuentes. Se estremece al contemplar las oportunas y siempre salvadoras intervenciones de Bruma, pero sus ensoñaciones adúlteras están muy controladas y desaparecen en cuanto la tensión se reduce y el conflicto se resuelve. Así que es aventurera sin capacidad de resolución e infiel sin capacidad de consumación. “Sí”, las chicas han cambiado, “pero”, en el fondo, siguen siendo las mismas. Ese es el mensaje que la serie pretende imponer. Y, en esas condiciones, el hombre tampoco lo tiene fácil pues, para contentar el nuevo talante femenino –independiente pero romántico, agresivo pero tierno, infiel pero convencional- no le queda más remedio que convertirse en dos, en chico tradicional y en amante de riesgo. El resultado es un producto mixto un tanto extraño en el que la acción interfiere con el amor, los puñetazos alternan con los besos y la pelea precede a la boda. Queda claro que, de esta manera, el tebeo no supone incorporación a la modernidad sino concesión inevitable mientras se intenta poner a salvo lo importante. Se trata de una línea estrecha e imprecisa que, a pesar del éxito de la serie, pone de manifiesto la difícil viabilidad del género.
De hecho, puede decirse que el final de Mary Noticias marcó el final de los tebeos sentimentales. Pujantes en los años cincuenta, renqueantes en los sesenta, casi ninguno alcanza los setenta. Las disyuntivas vividas por nuestra reportera ponen de manifiesto la imposibilidad de hacer convivir los nuevos tiempos con los viejos. La revolución de valores que España vive en aquellos años tiene mucho mayor alcance de lo que el corazón conciliador de Mary podría soportar. En el imaginario femenino el hombre está dejando de ser el destino único de la mujer. Y, si este principio se pierde, se hunde la base argumental de los tebeos sentimentales. Mary Noticias constituye un esfuerzo ingenioso por mantener, más allá de cambios y modernidades, el amor y la entrega matrimonial como base de la educación sentimental femenina. Pero nació condenado a una provisionalidad que sólo el talento de sus autores logró aplazar. Pocos productos culturales dan una idea tan clara de los deslizamientos ideológicos que se producen en estos “años viridianos”. Porque, si algo caracteriza los últimos cincuenta y los primeros sesenta, es que fueron años de transformación encubada, de propagación -frenada por la censura, por supuesto- de los nuevos vientos que, inevitablemente, poco tiempo después, empezarían a soplar.
Estos primeros sesenta, estos años en los que Buñuel prepara y rueda una de sus obras más representativas, son en España los años del “sí, pero…”, del deseo tropezando con el deber, del porvenir atascado por la tradición, los años del “quiero y no puedo”… También de la flexión que precede el salto, de la reflexión que, tarde o temprano, llevará a la infracción. Un período de latencia que acabará haciéndonos algo más libres y, quizá, más listos. Lo suficiente para disfrutar de una sagrada cena de mendigos o del cuerpo de Catherine Deneuve exhibiéndose desde un balcón.