La sospecha es consustancial al relato. Lo sabemos desde niños. ¿Los Reyes Magos ponen los juguetes en Navidad? ¿El ratón Pérez roba nuestros dientes de leche? En cierta medida crecer supone cuestionar las historias que nos cuentan. Para sustituirlas por otras o, quizá, para asumir el más absoluto desamparo narrativo… Sorprende que otorguemos tanta credibilidad o, al menos, respetemos con adoración fetichista las historias que, de entrada, se presentan como ficción. Es como si, precisamente por haber sido inventadas, debieran permanecer intocadas. Y sin embargo muchas requieren ajustes o, al menos, permiten otra perspectiva. Existen versiones, actualizaciones, parodias y otras formas de reescritura pero la «sacralización» del hecho literario hace que este estimulante ejercicio no sea habitual. Sin embargo, permite comunicar a través de referencias culturales y establecer una sofisticada complicidad intelectual con el lector. Naturalmente, el sexo, como tabú o como implícito nunca mostrado, constituye el trasfondo oscuro de una buena parte de los personajes literarios. La actividad más determinante del carácter y los episodios sensorialmente más intensos de la experiencia han sido sistemáticamente elididos en una buena parte de la ficción más conocida.
En lugar de una Penélope incondicionalmente fiel, ¿no es más verosímil una Penélope harta de los abandonos de los hombres y dispuesta a buscar satisfacción en las mujeres? ¿Pasó Sherezade mil una jornadas supliendo la cópula por la fábula? Maestra del interruptus narrativo, ¿no se sintió tentada por el continuum sensitivo? ¿El joven Frankenstein se entregó a la manipulación de carne muerta sin buscar compensación en otra más viva? Cuando el espejo se negó a darle acceso, ¿Alicia, ya adulta, no supo encontrar nuevas maravillas que suplieran las de la infancia…?
Todas estas preguntas encuentran respuesta en este libro.
«MARAVILLA EN EL PAÍS DE LAS ALICIAS», descargar extracto (pdf) 418Kb.