
©Altarriba Albajar
La serie Manufacturas, aparentemente simple, juego con manos y de manos, también me dio que pensar sobre nuestra extremidad más definitoria.
La mano es nuestro principal instrumento. Ninguna otra parte del cuerpo nos proporciona una relación tan eficaz con el entorno. Da fe inequívoca de la realidad y, cuando los demás sentidos fallan, nos ofrece esa última evidencia, prueba definitiva para incrédulos recalcitrantes, que es el contacto. Si lo toco, existe… o, al menos, consiste.
Pero la mano no se limita a una función meramente testimonial. También incide sobre lo que toca. Maniobra, manipula, maneja, manosea, en definitiva manufactura. Nuestro progreso ha sido esencialmente manual y nuestro pensamiento ha venido en buena medida determinado por nuestra capacidad de coger y transformar. Se podría decir que la civilización ha consistido en poner el mundo al alcance de la mano.
Y no sólo hacemos con la mano sino que la mano también nos hace. Según cómo la utilicemos, marca la relación con nuestros semejantes. La estrechamos para saludar, la pedimos para contraer matrimonio, la tendemos para ayudar, la imponemos para sanar, la alzamos para protestar y hasta la cortamos para castigar. Abierta o cerrada, dura o suave, libre o atada, llena o vacía, sucia o limpia refleja nuestra situación o nuestro estado de ánimo. Contiene la posibilidad del puñetazo y de la caricia. Puede dar la muerte o el placer. De nuestra mano vienen, probablemente, nuestras manías. En cualquier caso, inscritas en la mano, están nuestras maneras.