Autobiografía enviñetada o cómo contar tu propia vida a través de los tebeos. Quizá no se trate tanto de contemplar y analizar las viñetas vistas del mundo sino, al revés, contar el mundo visto desde las viñetas, esos cuadritos donde siempre he sobrevivido a base de bocadillos. Donde nunca he pasado hambre y, sobre todo, donde nunca me he aburrido.
Texto de Antonio Altarriba con imágenes de Luis Royo (“El paso del tiempo“)
Yo nací en una viñeta.
Y me quedé a vivir en ella.
Puede parecer un espacio pequeño, limitado por un marco en forma de cuadrado o rectángulo. Pero tiene buenas vistas. Por mi viñeta desfilan todo tipo de historias y paisajes. Sí, quizá esté algo apretado, pero les aseguro que no me aburro.
No soy el único. Quienes nacimos entre los años cuarenta y los primeros setenta del siglo pasado, los que hoy tenemos entre los cincuenta y los setenta nos metimos en la viñeta siendo niños y ahí seguimos. Aprendimos a leer en los bocadillos y ahora nos deleitamos con relatos más complejos, pero igualmente enviñetados.
Cuando nacimos, las viñetas se agrupaban en endebles cuadernillos a los que llamábamos “tebeos”. Nos hicimos mayores y nuestra casa de papel adquirió mayor consistencia, tomó forma de revista compacta y la llamamos “cómic”. En nuestra edad madura la casa ha adquirido solidez, incluso el lujo de la tapa dura. Ahora la llamamos “novela gráfica”. Las viñetas han ido creciendo con nosotros y siempre nos han ofrecido un producto adaptado a las exigencias de nuestro crecimiento personal e intelectual.
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