Resumen
Recorrido por algunas estrategias plásticas puestas a punto para llevar a cabo los planteamientos surrealistas. Se analiza fundamentalmente la figura de Max Ernst como inventor de automatismos y propiciador de una espontaneidad creativa, y la de René Magritte como autor consciente que defiende el control de los diversos procesos y elementos de la obra.
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¿Existe una pintura surrealista? Hoy en día, cuando se cumplen 70 años del primer manifiesto, la evidencia de los hechos y la acumulación de los lienzos parecen hacer inútil la pregunta. La obra completa de pintores como Max Ernst, Chirico, Tanguy, Picabia, Dalí, Masson, Magritte, Matta o Delvaux suele colocarse bajo la etiqueta del surrealismo y la trayectoria de otros autores como Klee, Picasso, Braque, Derain, Miró, Duchamp, Giacometti, Bellmer o Brauner interfiere, se nutre o, al menos, tropieza con los planteamientos y avatares de este movimiento. Por lo tanto el surrealismo en la pintura no sólo parece existir sino que, de una manera o de otra, su huella se encuentra en las figuras más señeras de este siglo. Incluso, si tenemos en cuenta su detectable influencia en otros creadores y en otros medios, podría afirmarse que su presencia es porcentualmente mayor en el mundo de la plástica que en el literario. Sin embargo es precisamente esta abundancia de nombres y referencias la que hace más difícil hablar de una manera genérica de la pintura surrealista. La diversidad de interpretaciones y de ejecuciones, las distintas prácticas y personalidades vinculadas al movimiento contribuyen a crear un panorama diverso, en cierta medida confuso, en el que los conceptos se difuminan. Quizá a estas alturas no se pueda negar que la pintura surrealista existe pero ¿en qué consiste? ¿dónde empieza y dónde termina?
Estas dudas sobre la naturaleza y esencia de la pintura surrealista se expresaron ya en los momentos fundacionales y definidores del movimiento. En el nº 1 de La Révolution surréaliste -es decir en 1924, el mismo año en el que se publica el primer manifiesto- Max Morise en su texto “Les yeux enchantés” llega a poner en duda la posibilidad de una pintura surrealista. Plantea la incompatibilidad entre esa deriva del pensamiento, esa necesaria abolición de la consciencia que exige toda actividad surrealista y el carácter estético de la pintura. La fluidez de la escritura automática por la que pueden correr las ideas en toda su espontaneidad no tiene equivalente en el mundo de la plástica. El lienzo, con-forme se llena, va imponiendo una serie de reglas compositivas, unos criterios de organización que hacen imposible olvidar lo ya hecho. La continuidad de la escritura permite entregarse al presente mientras que el espacio del lienzo genera unos problemas de contigüidad, cromática o formal, en los que el pasado (lo ya pintado) hipoteca el futuro. De acuerdo con ello la pintura resultaría una disciplina escasamente idónea para suprimir todo tipo de estrategias conscientes. Es más, implantaría un territorio regido por la armonía y el equilibrio, la geometría y la entonación. Toda creación plástica conllevaría de hecho una lógica del espacio, una lógica de ese espacio que es el cuadro.

Pierre Naville en el n 3 ° de la misma revista se muestra aún más categórico y afirma “plus personne n’ignore qu’il n’y a pas de peinture surréaliste”. No sólo participa de las mismas reticencias que Morise sino que se niega a reconocer que un conjunto de trazos producidos por el azar de los gestos o la transcripción de imágenes de un sueño deban considerarse como pintura surrealista.
Por muy sorprendentes que hoy resulten, estas objeciones obedecen a una cierta ambigüedad del movimiento a este respecto sobre todo en sus inicios. Es cierto que prácticamente todos los componentes del grupo se manifiestan fascinados por la pintura y son muy numerosos los que en un momento u otro escribirán sobre ella. Es cierto igualmente que la mayor parte de las fuerzas motrices reivindicadas por los surrealistas se encuentran firme-mente arraigadas en la imagen. El sueño, la alucinación, la hipnosis o la propia imaginación funcionan sobre un componente eminentemente visual. Sin embargo el mundo de referencias del que se nutren los surrealistas es mayoritariamente literario. Dieron importancia desde un principio a la ilustración tanto en sus revistas como en sus libros pero, curiosamente, en la lista de los que “ont fait acte de surréalisme absolu” no figura ningún plástico. Tampoco demuestran un especial interés por la pintura a la hora de establecer antecedentes y nombrar predecesores del surrealismo. En el primer manifiesto los nombres de algunos pintores sólo aparecen en nota a pie de página.