Antonio Altarriba

La memoria de la nieve, pp. 166-170

Desde el derrumbamiento de la Unión Soviética seguía con atención los acontecimientos que se producían al otro lado de lo que fuera «el telón de acero». Era el final de un imperio y de un referente ideológico que había marcado a varias generaciones. Las noticias que llegaban revestían el mayor interés. No sólo por lo que revelaban acerca del régimen comunista sino por la cascada de sucesos extraordinarios que el propio derrumbamiento provocaba. Durante la década de los noventa la realidad superó la ficción en porcentajes desconocidos. Y ocurrió en Rusia. Fascinado, recogía todo tipo de documentación al respecto. Recortaba artículos, grababa documentales y leía libros. Al principio sin ningún otro objeto que seguir un folletín en el que la política del «realismo social» estallaba en miles de fantasías individuales. A partir de 1994 me empezó a rondar la idea de escribir una novela con ese material y en 1995 ya tenía un primer esquema argumental. Albergaba dudas porque mis conocimientos sobre la realidad soviética no dejaban de ser de segunda mano. Pero nunca he creído en esa norma que, convertida ya en tópico, asegura que sólo se puede escribir de aquello que se conoce. Algunas de las mejores novelas están escritas por autores que «nunca estuvieron allí». Así que me documenté especialmente sobre las cuestiones que tenía previsto abordar y, tras una redacción lenta y meticulosa, en 2000 la novela estaba terminada. Inicié los penosos trámites para publicarla. Fue la agente literaria Antonia Kerrigan quien logró interesar a Espasa Calpe, que finalmente la sacó en 2002. Constanza Aguilera, la editora, estaba entusiasmada, me aseguró que iba a ser un gran éxito y que tenía prevista una campaña de promoción por toda España. La promesas quedaron en nada, seguramente porque Espasa entró en reestructuración por aquellas fechas y no sólo se fue Constanza sino también Luis Suñer, director a la sazón. Después de tantas ilusiones, la escasa aceptación del libro me defraudó. La concesión en 2003 del premio Euskadi no logró enderezar su rumbo comercial. La memoria de la nieve supuso una decepción. Sigo pensando, sin embargo, que se trata de una novela que tuvo mala suerte y que todavía hoy merece la lectura.

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