Antonio Altarriba

Entrevista en el Heraldo de Aragón

Publicado en el Heraldo de Aragón el 26/4/2020 por ANTÓN CASTRO

Nacido en Zaragoza en 1952, logró el Premio Nacional de Cómic por ‘El arte de volar’ en 2010, también es escritor y narrador de inspiración erótica .


Usted
 no solo es guionista de cómics, sino que es historiador. ¿Qué dicen los tebeos de las plagas, las gripes, las catástrofes? ¿Es un tema que anda por ahí?

Pues no especialmente. Ahora están saliendo viñetas de Astérix enfrentándose con un campeón de cuadrigas llamado Coronavirus o de Mortadelo y Filemón combatiendo una gripe surgida en China y que se extiende mundialmente. Son curiosas casualidades en series con muchas páginas acumuladas. Creo que narrativamente la peste está asociada a escenarios bíblicos o medievales, y es vivida como castigo divino. Nosotros somos hijos o nietos de las vacunas generalizadas y, a pesar de que la peste es uno de sus jinetes, hoy imaginamos el Apocalipsis como fruto de la guerra nuclear o del cambio climático.

Si pensamos en términos del absurdo, a la manera de Kafka, de Ionesco, de Beckett, de Melville y su ‘Bartleby’, ¿qué tebeos reflejarían un clima parecido?

Aquí sí. Si nos quedamos en el ámbito de la representación risible o angustiada del absurdo existencial hay muchos ejemplos. Yo diría que un clásico como ‘Krazy Kat’ de Herriman bebe de este fondo, también ‘Pogo’ de Walt Kelly o, en algunos momentos, ‘Popeye’ de Segar. Está en la base de una buena parte del ‘underground’ norteamericano y, de manera evidente, en esa gran obra que es ‘American splendor’ de Harvey Pekar. Más recientemente personajes como ‘Corto Maltés’ de Hugo Pratt se asoman al abismo del absurdo y la angustia, ‘Mort Cinder’ de Oesterheld y Breccia es sistemáticamente sometido a este estado y ‘Alack Sinner’ de Muñoz y Sampayo vive en el más profundo asqueo existencial. ¿Y qué decir de ‘Mafalda’, la niña que pone en evidencia hasta nuestras limitaciones cósmicas? Hoy son numerosos los ejemplos. Citaré dos autores poco conocidos, editados en España, Winshluss con su ‘Pinochio, la serbia Nina Bunjevac, y haré un guiño a nuestro Max, que también practica a menudo un arriesgado funambulismo sobre ese precipicio.

¿Por qué se han vuelto a poner de moda los tebeos o las llamadas novelas gráficas? ¿Qué tienen de peculiar o de transgresor?

La pregunta debería ser al revés: «¿Por qué hubo un tiempo en el que se ignoró culturalmente esta forma de expresión?». Porque, como estamos comprobando, su potencial narrativo es grandísimo. El tebeo y la novela gráfica se construyen a partir del mismo arsenal de recursos expresivos. Ocurre que, históricamente, atravesó por un largo período, desde 1910 a 1970, donde explotó solo claves genéricas infantiles. En el siglo XIX tenía una vertiente satírica que lo hacía más adulto, a pesar de encontrarse en sus inicios. La burguesía de finales del XIX y ciertos estamentos educativos y eclesiásticos entendieron que las historietas en imágenes se prestaban a la transmisión de contenidos formativos, incluso adoctrinadores. Así se convirtió en lectura casi exclusivamente infantil.

¿Cuándo empezó a cambiar?

Desde los años 70 para acá se ha liberado de esa orientación y está demostrando hasta qué punto podía, desde sus gérmenes originarios, desarrollar argumentos más complejos narrativamente y escenificaciones más elaboradas estéticamente.

Con ‘El perdón y la furia’, con guión suyo y dibujos de Keko, llegó a El Prado. ¿Qué ha significado eso para Antonio Altarriba y qué significa que la pinacoteca nacional apueste por publicar un cómic?

Cuando presentamos ‘El perdón y la furia’ en el Museo del Prado, dije: «Lo sabía, sabía que el cómic acabaría entrando en el museo, pero pensé que yo no llegaría a verlo». Para mí, personalmente, fue muy importante. Llevo toda la vida peleando por el reconocimiento cultural del cómic. Y ese acto representaba un paso importante. De todas formas, no nos engañemos.

¿Qué quiere decir? No se lo cree…

Desde la llamada ‘alta cultura’ muchos siguen considerando este medio como ‘subproducto’, en todo caso, como forma de divulgación («donde hay un tebeo habrá un libro, donde hay una viñeta habrá un cuadro»), primer paso hacia la creación realmente importante. Me consta que hay en los museos con edición regular de cómics (cada vez son más) personas que creen en ellos. Pero también quienes se apuntan para sacudirse el polvo de institución vetusta y darse aires de modernidad.

La Universidad de Zaragoza ha puesto a disposición del lector la revista ‘Neuróptica’, que dirigía usted en los años 80. ¿Cómo ves ahora aquel proyecto, que aportó a la creación cultural?

Han transcurrido 40 años desde aquella primera ‘Neuróptica’. El año que viene, también 40 años después de su lectura, se publicará mi tesis doctoral. Pasé muchos años pensando que todos mis esfuerzos por «academizar el tebeo» caían en saco roto. Ahora su reconocimiento ha estallado con fuerza y creo que no tiene vuelta atrás. Los que nos habíamos acercado suficientemente al cómic sabíamos que, más allá de sus realizaciones, su lenguaje era riquísimo y extraordinariamente versátil.

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