Escrito por Xavi Serra, publicado en ara.cat |Còmic | CULTURA |24/01/2021
Antonio Altarriba: “La política se ha convertido en un duelo de mentirosos”
BARCELONA
Muchos lectores conocen al guionista Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) gracias a sus trabajos con Kim sobre memoria familiar, El ala rota y El arte de volar, Premio Nacional de cómic de 2010. Pero hay otro Antonio Altarriba: el observador que radiografía las miserias morales de la sociedad a través de ficciones negras y llenas de atrevimiento formal como las de Yo, asesino y Yo, loco, en colaboración con el dibujante Keko. Yo, mentiroso (Norma, 2020) completa esta Trilogía del Yo con una historia que se adentra en las cloacas del poder y la política española..
¿Tenía pensado hacer una trilogía desde el primer momento?
— No, la idea inicial era hacer solo un cómic, Yo, asesino. Yo me acababa de jubilar después de 38 años como profesor de la Universidad del País Vasco, un trabajo muy complicado por la presencia de filoetarras que obligaron a muchos compañeros míos a irse. Yo quería explicar cómo había sido aguantar esa violencia que los filoetarras justificaban y reflexionar sobre el tema del mal y la violencia gratuita. Mirarnos al espejo y ver si hay algo de asesinos en todos nosotros, si unos asesinatos pueden explicar los otros. Usábamos el recurso de un yo narrador que justifica y explica sus acciones y, en la mitad del libro, nos dimos cuenta de que eso daba mucho juego y de que podíamos explicar otros males de nuestro tiempo.
Como la industria farmacéutica, el tema de Yo, loco.
— En el fondo quería hablar de la influencia de las grandes corporaciones, de cómo hay cosas de nuestra vida cotidiana que se deciden en despachos de empresas que no solo venden productos sino que propician conductas. Las grandes farmacéuticas ponen en la balanza la salud de la gente y su beneficio económico. Y los directivos lo tienen claro: su negocio no es la investigación ni la curación, sino el marketing.
¿Y cómo llega a la política?
— Es la salsa que lo une todo. Pero hay más elementos comunes: Vitoria, donde vivo, una ciudad provinciana y aparentemente tranquila que puede contener todo tipo de conspiraciones y oscuridad, y además la presencia del arte, que es transversal en los tres volúmenes. También hay personajes que pasan de un cómic al otro, porque siempre me han gustado los ciclos de novelas en los que se crean universos.
La Trilogía del Yo vendría a ser el universo Marvel de Altarriba y Keko, ¿no? En Yo, mentiroso incluso hay un cameo de Hulk.
— [Ríe] Sí, y Vitoria es nuestra Gotham particular, a pesar de que Keko prefiere apuntar al Providence de Lovecraft, porque es un universo muy negro, con toques de ironía pero en el fondo muy oscuro y terrible.
Yo, mentiroso no pone el foco en la alta política sino en los spin doctors, personas sin afiliación política que mueven los hilos manipulando el discurso y la comunicación de los partidos.
— En la Moncloa hay muchos consejeros que determinan desde los argumentarios que se deben repetir hasta la corbata que deben llevar los políticos. Fabrican las mentiras, pero no los conocemos. Solo sabemos que Miguel Ángel Rodríguez asesora a Ayuso y que Iván Redondo es quien habla al oído a Sánchez. No les importa la acción directa sobre la vida de los ciudadanos sino el relato que hacemos de ello. Y cada vez tiene menos importancia si es real o no. Los romanos a la política la llamaban res publica, la cosa pública, pero ahora la política no son cosas, son palabras. Solo importa qué decimos y quién lo dice mejor. La política se ha convertido en una abstracción, un duelo de mentirosos.
La consecuencia es la banalización de la mentira. Se miente sin temor a las consecuencias de mentir, como si la palabra nunca se pudiera girar en tu contra.
— Las palabras ya no intentan representar la realidad, sino que la crean. Los cuatro años de Trump son el mejor ejemplo de ello. Millones de personas que creían que se han robado unas elecciones y que todo forma parte de una conspiración contra Trump. Las palabras generan acciones como la del Capitolio. Y las mentiras no pasan nunca factura, puesto que no están tipificadas como delito y las ampara la libertad de expresión. Pero esto nos pone en una situación muy comprometida en cuanto al conocimiento. ¿Cómo tenemos que configurar nuestro pensamiento si no podemos diferenciar la información verdadera de la falsa?
En un gesto de coherencia total, el cómic empieza con una mentira: cuando se dice que “cualquier parecido con la realidad política española entre 2016 y 2019 es coincidencia”. ¿Por qué no utilizan los nombres reales de los políticos?
— Le dimos muchas vueltas. El problema es que atamos cosas de ficción con casos reales y por eso nos pareció que usar los nombres reales era demasiado comprometido. Pero a cambio, los avatares son fácilmente identificables, como el del protagonista, Adrián Cuadrado, que remite a Iván Redondo, claro. En el fondo es un juego y pasa lo mismo con las caras, que tampoco son exactamente las mismas porque Keko ha hecho pequeñas modificaciones en los personajes reales. Los seudónimos también me ayudan a hacer que no aparezca solo el mundo de la política sino también el de la vida personal y familiar. El campo de la mentira es grande.
Yo, mentiroso ha coincidido en las librerías con otro cómic que retrata la corrupción española, Primavera para Madrid. ¿Qué le sugiere la aparición de dos cómics sobre el mismo tema con tantos puntos en común?
— En realidad, lo que es extraño es que no haya más gente abordando el tema después de que la política nos haya dado tanto juego en los últimos años. Pero reconozco que cuando lo leí, con Keko dibujando ya las últimas páginas, se me cayó el alma a los pies: teníamos el mismo tema, personajes que aparecen en los dos libros, una escena en el palco del Bernabéu… Pero después me di cuenta de que él se centraba en el contexto madrileño y la figura del rey; tiene una manera diferente de abordar la política. En cualquier caso, el cómico es un medio que reacciona con mucha rapidez a los síntomas de su época, es un arte muy vivo y enganchado al presente.
A diferencia del cómic francés, el español ha tardado en mirar a su alrededor y retratar el presente. Es como si dejaran esta tarea al humor gráfico.
— Sí, y es un vacío que había que cubrir. Hay cinco o seis álbumes satíricos sobre Sarkozy y un par sobre Chirac. ¿Por qué aquí no? Seguramente porque no hemos hecho ninguna revolución ni hemos decapitado a ningún monarca. El cuestionamiento de la autoridad es una función que en España tenemos un poco apagada. Venimos de una historia de mucha sumisión y de poderes muy autoritarios, y no hablo solo de Franco, sino de monarquías en connivencia con las élites económicas. España es el país del amiguismo y de la picaresca como única vía de los pobres para acceder a la fortuna. Y todo esto nos ha hecho poco contestatarios. Pero que hayan aparecido libros como el nuestro y Primavera para Madrid me hace pensar que esto está cambiando.