Antonio Altarriba

El miedo a la verdad

“Miedo a la verdad” de la serie Miedos
©Altarriba Albajar

Fotografiar el miedo fue el objetivo de una de nuestras series más difíciles y quizá la más dramática. Además de buscar las imágenes adecuadas, tuve que pensar mucho sobre nuestra emoción más fundamental.

El miedo es la más básica de nuestras emociones. Oscuro y proteico, fluye por las venas con paralizante viscosidad. Nos agarra por los pelos, nos secuestra los sentidos y nos deja el grito como única salida. Se halla rodeado de un cerco de misterio por su naturaleza tenebrosa y porque, avergonzados de sentirlo, acostumbramos a negarlo. Funciona, de hecho, como un inmenso negativo a partir del cual se revelan, en un hipócrita proceso de positivado, las claves de nuestra existencia. Así, tras el afán de conocimiento, se oculta el miedo a lo desconocido, tras el amor, el miedo a la soledad, tras la creación artística, el miedo a la muerte o a la inextricable incoherencia del mundo… Es probable, incluso, que, tras el heroísmo, se oculte el miedo a la ignominia o, quizá, a la anonimia. Nuestros comportamientos se explican a partir de este resorte que busca, ante todo, garantizar la supervivencia. Somos una melodía, repetitiva y chirriante, interpretada por el negro teclado del miedo. 

No todos los miedos son iguales. A pesar de lo que pueda parecer, algunos no surgen de la ciénaga del inconsciente, no viven agazapados en lo más oscuro del callejón, no presentan un aspecto informe ni su contacto resulta repelente. Existen miedos que no provienen de las tinieblas sino de la luz cegadora, miedos hechos de rotundidad y perfil claro, miedos que nos asustan por su inaceptable evidencia. No suponen una reacción contra las amenazas del mundo sino contra nuestra incapacidad para aceptar los desafíos que podrían hacernos mejores. No son miedos del horror sino de la vergüenza. El miedo a la verdad es uno de ellos. En principio no parece vistoso, quizá tampoco visible, pero se trata de uno de los más influyentes. En los últimos tiempos su poder ha incrementado hasta convertirse en el miedo que mejor define esta época. 

El miedo a la verdad levanta un muro ante los sentidos para que no sufra la conciencia. Es, sin lugar a dudas, el miedo que más compensaciones ofrece pero también el que más daños provoca. Moviliza una pulsión automutiladora que nos lleva a preferir la lobotomía a la lucidez, la felicidad a la justicia, la conveniencia a la certeza, la consigna al criterio… Nos hace renunciar al riesgo en beneficio de la comodidad, huir del vértigo de la búsqueda para refugiarnos en el tópico. Cierra nuestros ojos ante los abismos de la existencia y a cambio nos ofrece las consoladoras alegrías de lo convencional.

El miedo a la verdad nos convierte en seres estúpidos, adocenados y vulgares. Es el miedo que nos hace dimitir como individuos para entregarnos a la masa. Es el miedo que en esta nueva era de la globalización y de la manipulación mediática va a extender su reinado hasta los últimos confines e imponer en todo el planeta la sonrisa bobalicona del conformismo. La misma para todos.