Antonio Altarriba

Guión de El arte de volar

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Dando una charla en la Universidad Blaise Pascal de Clermont-Ferrand, una estudiante del Máster de Edición me preguntó si consideraba el guión un documento con valores literarios o un simple instrumento de trabajo. Respondí que un instrumento de trabajo destinado tan sólo a los ojos del realizador, director o dibujante, según los casos. Di la respuesta casi sin pensar, llevado por una opinión muy extendida y, sobre todo, por una práctica en la que el guión tiende a la invisibilidad. Sin embargo, conforme razonaba la respuesta, yo mismo me enredaba en argumentos contradictorios. Porque –decía- cuido el estilo de mis guiones y procuro presentar cada viñeta siguiendo una estrategia de suspense. Tengo un único lector, pero no me puedo permitir el lujo de aburrirle. Y, además, entro en indicaciones técnicas referidas a ubicaciones de personajes, encuadres, planos, iluminación… Son –concluía- resortes básicos de cualquier relato en imágenes, en algunos casos afectan al corazón mismo de la narración y un guionista no puede ignorarlos.

Naturalmente, con semejante respuesta, no convencí a la estudiante que me hizo la pregunta. Es más, hablando posteriormente con ella, comprobé que le había confirmado en su decisión de dedicarse, en cuanto terminara el máster, a la edición de guiones. De cómic, de cine, de radio, de teatro, de televisión, de vídeo juegos… Un abundante y muy diverso material inédito que, valorémoslo de una manera o de otra, está tras algunas de las obras de arte más importantes del último siglo, al menos como imprescindible desencadenante. Me pareció una buena iniciativa. Se pueden encontrar, más como fetiche que como texto, los guiones mecanografiados de algunas películas de culto. Ciertas publicaciones especializadas se atreven a dar a la luz alguno especialmente significativo. Y poco más. Así que el proyecto editorial de mi interlocutora viene a ocupar un espacio prácticamente virgen. ¡Ojalá tenga suerte!

Cualquier profesional de las artes escénicas, gráficas, fotográficas o escenográficas no tiene inconveniente en reconocer la importancia del guión. Hasta se ha convertido en lugar común achacar los males del cine, del cómic o de la televisión a la falta de buenos guiones. Sin embargo, nadie, ni los propios guionistas parecen dispuestos a poner el foco sobre su trabajo, como si sus escritos tuvieran vetado convertirse en algo más que un puñado de cuartillas que circula entre técnicos, actores y directores.

Los guiones teatrales son los únicos que alcanzan –y no siempre- dignidad editorial. Y eso porque la tradición nos ha acostumbrado a ver el teatro como género “literario”. Sin embargo, los guiones que se dibujan sobre papel o se llevan a las muy diferentes pantallas no acostumbran a recibir ese honor. Como si no tuvieran valor en sí mismos, como si no soportaran la lectura, como si adolecieran de capacidad evocadora.

Sigo sin tener claro el “valor intrínsecamente artístico” de un guión. Al fin y al cabo se trata de un criterio construído desde estimaciones culturales, sujetas a constantes y, a veces, imprevisibles variaciones. En cualquier caso, como objeto raro, quizá como objeto precioso o, si no, como simple objeto de estudio que permite calibrar la aportación del guionista y la del realizador, posee un indudable interés.

Aquí va, pues, el guión de El arte de volar, por si sirve de algo.